Por Emilio Pérez de Rozas
Escribí el otro día que los campeones, de todo, empiezan a medirse por el tamaño de sus adversarios. Cuando el Real Madrid gana la Liga, lo celebra doblemente porque se la gana al Barça. Y viceversa, y viceversa. Cuando Rafa Nadal derrota a Roger Federer, está venciendo a un mito. Así que, en efecto, el tamaño de los títulos conseguidos por Jorge Lorenzo y Marc Márquez están, por supuesto, a la altura de los dos enormes, tremendos e incansables rivales que han tenido, Dani Pedrosa y Pol Espargaró.
Pero, claro, si uno mira los datos, los números, que en este deporte también cuenta (qué es sino la telemetría), de los dos nuevos (viejos) campeones, comprenderá que no había más remedio de que, al final, se pusiesen la corona de ‘reyes’. El algodón no engaña y, más pronto que tarde, ahí los tienen, reyes entre los reyes. Eso sí, Lorenzo lo celebró con Pedrosa por los suelos y Márquez con ‘Polyccio’ en lo más alto del podio. No es lo mismo, no. Pero, los dos campeones han tenido el coraje (nadie esperaba menos de ellos) que ‘campeonar’ en el cajón.
Porque han vivido todo el año en el podio. Esos son los números, las estadísticas, a las que me refería cuando les invitaba a que llegásemos a la conclusión de que cuando alguien, como el ya tetracampeón mallorquín, acaba en el podio 15 de los 16 grandes premios que ha disputado, nada es casualidad. Seis victorias (Catar, Francia, Catalunya, Gran Bretaña, Italia y San Marino) y diez segundos puestos (Jérez, Estoril, Sachsenring, Laguna Seca, Indianápolis, Brno, Motorland, Motegi, Sepang y Phillip Island) no convierten a un cualquiera en campeón. Y a saber dónde hubiera acabado Lorenzo en la ‘catedral’ de Assen si Álvaro Bautista no se lo lleva por delante.
Otro tanto ocurre con el mago de Cervera, que se ha caído dos veces en agua (Le Mans y Malasia), ha ganado ocho carreras (Catar, Portugal, Holanda, Indianápolis, República Checa, San Marino y Japón), ha sido segundo en Jérez y Motorland, tercero en Montmeló, Silverstone y Phillip Island y cuarto en Italia. Eso sí, Marc y todos los suyos saben que ha de prepararse para el agua pues es imposible ser protagonista en MotoGP sin criar escamas, aletas y mascara. Hay que saber bucear sobre el asfalto para proclamarse campeón en la máxima categoría.
Dos tipos así, que al final han tenido la facilidad, el privilegio y la ventaja (porque se la habían ganado antes ¡que caray!) de poder correr sin arriesgar y forzar a sus perseguidores a caerse o vivir en el alambre, han convertido los campeones de MotoGP y Moto2 en un honor para los demás. Porque sus carreras, sus temporadas, sus trayectorias, la manera que han utilizado para deleitarnos con su pilotaje y, sobre todo, convertirse en campeones hace aún más grande el Mundial.
Tuvieron, cierto, pocos enemigos, pero había que vencerles. Y, sobre todo, tuvieron el señorío, la grandeza, la profesionalidad, la experiencia y el arrojo de dirigir a dos fábricas como Suter y Yamaha, a las que han servido victorias que no tienen precio. Porque esa es, también, la grandeza de Lorenzo y Márquez, que han sido capaces de correr solos, desarrollar solos sus motos y servir a sus marcas. De ahí que Lorenzo haya enterrado ya esa fábula de que ganaba con la moto que le hacía el ‘Doctor’, que ahora regresa al box sin muro con el rabo entre las piernas. Y de ahí que el pillo Shuhei Nakamoto haya fichado a Márquez, para ver si recupera el cetro que Lorenzo se ha llevado otra vez al ‘box’ azul.
Si algo no hay en estos dos cetros es casualidad, chipira, suerte. Hay organización, coraje, ciencia, experiencia, trabajo, saber estar, saber hacer y dos enormes equipos arropando a dos chavales que son, no como otros, ejemplos en el ‘paddock’ y líderes, sí, de una nueva manera de hacer las cosas. O tal vez sea la de siempre, sea muy vieja, pero con sus caras alegres parecen unos modernitos. Que vuelan bajito.